Ser normal
Leo un titular: “Dejar de esforzarte por ser normal debería ser tu principal objetivo en 2019”, y y me parece terrible la paradoja de intentar normalizar el esfuerzo por dejar de ser normal. “Normal” es aquello que se ajusta a cierta norma o regla”, de modo que la cosa viene a ser algo así como poner la norma de esforzarte por no seguir las normas.
El esfuerzo por ser normales es innato en nosotros, tanto como lo es el impulso a dejar de serlo, a destacar entre lo demás. Necesito tanto integrarme, ser uno entre iguales, como diferenciarme y afirmar mi individualidad. Son simplemente dos momentos diferentes de mi manera de relacionarme con el mundo. Integrarme es necesario para disfrutar de “lo común”, de lo compartido, y sentir que no somos normales es sentir que no podemos participar de aquello que comparten aquellos que sí cumplen con la norma. Si no soy normal, de una manera u otra soy marginal, un excluido. Por ejemplo, si tengo baja autoestima no sólo me siento excluido de los beneficios de tener una buena autoestima, que es la norma, sino que además tiendo a situarme en la periferia de una sociedad hecha para aquellos que gozan de lo que se considera una autoestima saludable.
Sin embargo, los esfuerzos por “ser normal” suelen ser bastante frustrantes. En nuestra cultura, más que un patrón rígido sobre lo que es normal y lo que no, hemos establecido multitud de criterios de exclusión, multitud de razones por las que una persona puede llegar a sentir que no es normal: por razón de su físico, de sus hábitos, de su personalidad, de sus gustos, de su manera de sentir, de su forma de expresarse o pensar… A demás, son tantos los criterios de exclusión posibles que cualquier modelo de normalidad puede llegar a ser cuestionado.
Para colmo de confusión, cada vez da más la sensación de que para ser normal hay que ser especial, que lo normal es diferenciarse, de modo que ya nadie tiene en realidad muy claro que es lo normal, pero sí cuando algo no lo es, y eso pasa a menudo.
Así las cosas, da un poquito la sensación de que nuestra sociedad alimenta el malestar de las personas consigo mismas, alimentando un esfuerzo por sentirse normal que muy raramente se verá satisfecho. Es decir, que nuestra cultura no busca que nos sintamos plenamente integrados en la sociedad, sino que, en el mejor de los casos, nos sintamos relativamente integrados y obligados a aparentar una cierta normalidad, o arriesgarnos a destacar y resultar definitivamente excluidos.
Sin embargo, todo esto se basa en falsas normas. Las personas no somos de una manera o de otra porque lo diga una norma, simplemente somos como somos y en cada momento hacemos lo mejor que podemos con nuestra vida. Y siempre hay un motivo para que nos comportemos, sintamos o pensemos como lo hacemos, incluso para esforzarnos en ser normales o en no serlo.
Las normas son algo estupendo cuando son herramientas al servicio del ser, pero su misión es facilitarnos la vida y la convivencia, no dificultarla. Y al ser no se le pueden poner normas, igual que no se le pueden poner a la realidad (igual que no tiene sentido prohibir la gripe o la imaginación, o legislar en contra de la ley de la gravedad). Lo normal, lo que obedece a la norma real, siempre es “lo que ya soy”. En este momento, sólo puedo ser lo que soy, con todo lo que eso comporta de bueno y de malo, y para lo que debo ser no hay normas. Lo que seré es algo que aun está por descubrir pero, sea lo que sea, el camino pasa por lo que soy ahora.
Resumiendo, que en este mundo no se puede ser normal, lo cual nos hace normales a todos. Y aunque no vale la pena esforzarse en serlo, tampoco parece que tenga mucho sentido castigarnos por hacerlo. Sería ideal simplemente prescindir del concepto, pero lo cierto es que puede no ser fácil. “Aceptarme a mi mismo” es algo que puedo decir pero que no puedo hacer sólo por mi voluntad. Puedo poner la intención, pero eso muchas veces es como poner la intención de estar de buen humor: aunque ayuda, no hay ninguna garantía.
Cosas como “aceptarme” o “ser normal” no pueden ser objetivos de un proceso personal. Aunque el proceso terapéutico siempre nos lleva a aceptar partes de nosotros mismos que previamente rechazábamos, en realidad eso no es fruto de nuestra voluntad, sino de que hemos establecido una relación con ellas que previamente no existía: las hemos conocido como no las conocíamos antes, y de esa manera hemos aprendido a apreciarlas. A partir de ahí, quizá desarrollemos, en general, una actitud más aceptadora de nosotros mismos, pero ésta siempre dependerá de la capacidad de reconocer y relacionarme con aquellos aspectos de mi mismo que tiendo a rechazar. En este sentido, aceptarme no puede ser tanto un objetivo de la terapia o del crecimiento personal como su motor, como una necesidad que no se satisface de una vez sino que, como respirar, se ha de ir haciendo.
El objetivo es la consciencia, pues sólo podemos amar aquello que conocemos. El dolor por no aceptarme o por no ser normal, me enfrentan en este sentido a la necesidad de conocerme, de descubrir aquello que estoy rechazando. En última instancia, si no me amo, siempre es porque no me conozco.