La vergüenza
Un compañero psicólogo compartía en Facebook un meme con la siguiente frase de Spinoza: “Una emoción negativa solo puede curarse con la contraria de la creó”. Y comentaba entre otras cosas que “…según este razonamiento la vergüenza se debería contrarrestar con el orgullo, igual que el miedo se debería contrarrestar con la valentía”, aunque el mismo decía que este era un razonamiento peligroso.
Con todo mi respeto por Spinoza, la psicología ha avanzado mucho desde sus tiempos. Ahora sabemos que las emociones no son negativas y no se curan, pues son expresión de nuestra salud y no de nuestra enfermedad. Lo que necesitan es ser expresadas, y creo que eso es lo que facilita la terapia.
Por otro lado, la vergüenza no es una emoción: si lo fuese, simplemente desaparecería sin dejar rastro en el momento en que concluyese la situación que le da origen. La vergüenza que nos secuestra es un trauma. No es el dolor de la herida, sino la herida en sí.
Nadie la quiere a la vergüenza. Todo el mundo se quiere deshacer de ella, y es comprensible, pues el que siente vergüenza no se siente digno de ser amado, la vergüenza es el gran obstáculo entre yo y el amor. El orgullo no sana la herida, sólo la compensa: es el frenadol que nos ayuda a seguir adelante a pesar de la gripe. A veces, simplemente la niega.
El amor es lo único que sana al vergonzoso, pero lo primero que encontrará el amor al acercase a él será la vergüenza, a veces disfrazada de orgullo. Si no amamos la vergüenza, si tratamos de eliminarla o someterla, esta se cerrará a un amor que es vivido como erróneo o no merecido. Ante todo la vergüenza precisa ser reconocida en su dignidad, en su bondad, y como tal ser respetada. Quizá entonces nos habrá la puerta…